martes

Estoy tomando la misma botellita de agua mineral hace tres días y anoto las ideas irrelevantes en un cuaderno con una taza de café pintada en la tapa. Todavía no entiendo si soy muy predecible o la gente ha llegado a conocerme un poquito en el fondo. Hoy decidí no ir al único lugar del que quiero huir desde el minuto uno -no, no volví a la secundaria- así que me puse mi vestido con flores, me pinté los labios de rojo y me quedé durmiendo la siesta en mi casa. Capaz que lloro cuando esta siesta se vea reflejada en mi recibo de sueldo pero hoy no me importa. A la una de la madrugada, cuando suene mi celular y alguien me invite a una fiesta llena de drogadíctos en algún bar de mierda de plaza serrano, me reiré, tomaré un trago de mi Campari y me volveré a casa a ver como Drew Barrimore afronta alguno de sus problemas de mujer independiente común en alguna de sus películas. Siempre me quedará refugiarme en la habitación de al lado mientras Roomate toca la misma canción de Arctic Monkeys en loop con la guitarra. El miércoles a las 11.59 pm, cuando los 19 toquen a mi puerta, recordaré las tardes tirada en el patio de la casa azul comiendo vainillas y leyendo a García Marquez, en donde mis únicas responsabilidades era controlar que Polly Rock no se muera degollada intentando cazar un colibrí  Me aburrí de la adultez, y de ponerle pedazos de zapallitos, trigo y semillas a cualquier alimento que decida ingerir.  Dame Cris Morena y un nesquik a las 5 de la tarde después del jardín.