viernes

Nadie me dijo que madurar iba a ser una experiencia tan de mierda. O sí y nunca quise escuchar.
Ya se que el rollo depresivo del que soy víctima hace cuatro años es aburrido, y sacando que me encante llorar, en este momento no tengo nada que me remonte a toda la mierda de la que me quejaba los años anteriores: Estoy en el lugar que quiero, estudiando la carrera que quiero, con la gente que quiero, haciendo prácticamente lo que quiero. Pero justo ahora vienen las palabras de clau a mi mente en que ahora ya no hay vuelta atrás, que si o si tengo que hacerme cargo de cosas que no me gustan. También me acuerdo de la letra chiquita de lo que también me dijo clau cuando comíamos torta de ochenta golpes: "Siempre vas a poder darte cuenta de que no era lo que querías, que te equivocaste, lo cual no está mal y volver a casa con mamá".
Ahora, ya, en este momento doy todo por volver a casa con mamá, por llorar viendo las películas malas que vemos y no llorar sentada adelante de esta computadora, en mi departamento vacío escribiendo esto. Pero te apuesto mis estrógenos a que si lo hago, a que si en este momento mando todo a la mierda, pasado mañana voy a estar llorando de nuevo porque me arrepiento y va a ser todo un ciclo sin fin.
Creo que hace tres líneas de este post que maduré, pero después veo el té con limón, los cinco bollos de papel mocoso arriba del escritorio y a Daria esperando para reproducirse y sigo teniendo dieciséis para siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te entiendo completamente. Siempre fui de llorar mucho, pero a partir del año pasado, cuando me fui a vivir sola a una ciudad desconocida (aunque mucho más chica que capital, y mucho más cercana a mi ciudad natal que lo que queda la tuya), deje de llorar tan seguido, porque tenía "que ser fuerte y aguantar", porque era lo que quería y quiero para mí.
Este es el segundo año, y ya estoy adaptada, pero el cambio fue enorme, abismal, aunque necesario. Creces, inevitablemente, cosa que no sucede con tus compañeros que siguen viviendo con sus padres. Aprendés a ser (más) independiente, a confiar en vos misma, a conocerte.
La idea del fracaso va a estar siempre dandote vueltas en la cabeza, pero no dejés que el miedo a equivocarte te haga abandonar lo que querés. :)

Anónimo dijo...

Te entiendo completamente. Siempre fui de llorar mucho, pero a partir del año pasado, cuando me fui a vivir sola a una ciudad desconocida (aunque mucho más chica que capital, y mucho más cercana a mi ciudad natal que lo que queda la tuya), deje de llorar tan seguido, porque tenía "que ser fuerte y aguantar", porque era lo que quería y quiero para mí.
Este es el segundo año, y ya estoy adaptada, pero el cambio fue enorme, abismal, aunque necesario. Creces, inevitablemente, cosa que no sucede con tus compañeros que siguen viviendo con sus padres. Aprendés a ser (más) independiente, a confiar en vos misma, a conocerte.
La idea del fracaso va a estar siempre dandote vueltas en la cabeza, pero no dejés que el miedo a equivocarte te haga abandonar lo que querés. :)