martes

Un disco de tres pecados,cuatro tazas de café con leche a las 11 de la mañana, una infección urinaria del carajo y veinte hojas de resúmenes para darme cuenta de cosas irrelevantes como que tengo un toc jodido de esos de ordenar las cosas por colores. O que soy la persona más enquilombada del planeta pero para ponerme a estudiar necesito que esté todo acomodado en su lugar y un sahumerio prendido en el comedor. Y me convierto en una de esas personas que necesitan dar un cierre a las situaciones y me dan ganas de saltar de mi ventana en el quinto piso. Matu está por cumplir veinte años y, aún siendo el chico a punto de cumplir veinte años más niño que conozco, me sorprende con su capacidad para ser la única persona capaz de  ponerme en eje diciéndome cosas como que soy una pelotuda o estás hasta la pija lu. Hablo mucho de matu porque, en esta transición a cosas más copadas que es mi vida -si, cla- matu se ha convertido en el único que no me cambió todavía por una pija o que no es un psicótico trastornado que se cuelga a mi timbre a las tres de la tarde. Me lo merezco, tantos años de forrez humana han dado sus frutos, pero yo maduré y me fui a una isla de caramelos llena de arcoiris y unicornios. O a encerrarme en mi habitación escuchando esto mientras tomo un té verde de jazmin. Cuando sea una escritora famosa recordaré los martes a las once de la mañana con la gata arriba de un libro de Auster y la vecina de la bata rosa regando las plantas en el balcón de enfrente, y ese día, seré millones.