jueves
Vuelvo a casa. Los chicos comen algo en el living, me preguntan si quiero, les digo que no y me encierro en la habitación. Acaricio al gato que duerme sobre el acolchado rojo y a la gata, que se asusta cuando entro y se esconde abajo de la cama. Prendo la computadora, me saco los cancanes rojos y prendo uno. Le doy tres pitadas y me prendo un pucho. Estoy agotada y asqueada de fumar pero a estas alturas es lo único que me llena, Pienso qué estoy haciendo qué hice. Nada. Me levanté, me cambié tres veces de ropa porque nada me quedaba bien y terminé agarrando la remera más mugrosa y una pollera linda. Me lavo los dientes, me tapo las ojeras y me pongo algún labial extremadamente rojo y exagerado, para que no se note tanto la desidia. Para que no se note que no me bañe porque no tenía fuerzas para quedarme bajo el chorro de agua caliente. O por que no tendría fuerzas para salir de casa después. Salgo de casa y me tomo el bondi con la misma gente de todos los días. Me doy cuenta que estoy llegando tarde porque está el chabon que es medio ciego y deja caer sus lentes hasta la mitad de la nariz para acercarse el celular hasta la frente y leer algo. Me siento rápido y saco el libro de mi cartera. Me doy cuenta que tengo los auriculares puestos pero no hay música. Cuando llego a retiro hace seis minutos que debería haber entrado a la oficina pero me quedo sentada abajo fumando un pucho. Me asquea fumar a la mañana pero es jueves y estoy muy ansiosa. Y no tengo plata para comprarme un café. Apenas entro mi jefa me saluda y me grita que necesita que arregle una computadora. O que configure una impresora. O que le vaya a hacer un depósito. No es mi trabajo; no arreglo computadoras ni sé configurar impresoras ni sé la diferencia entre el windows 8 o el 8.10. Pero lo hago. Lo hago por esa puta manía de querer complacer a todos. Probablemente mañana mi psicóloga después de mirarme seis minutos sin hablar me pregunte por qué lo hago. Porque soy una putita emocional, julia. No le voy a contestar nada. Cuando me de cuenta van a ser las cuatro y veinte de la tarde y yo no voy a haber comido nada, seguro solo me tomé un matecocido asqueroso con edulcorante porque es lo único que hay en esa oficina de mierda. Probablemente me haya encerrado a llorar en el baño dos veces y la tercera cuando bajo a fumar un pucho y almorzar un alfajor. Subo, me pongo música y hago como si mandara mails, como si rellenara planillas. Me voy quince minutos antes, me pinto los labios en el ascensor y camino diez cuadras hasta la facultad. Llego demasiado temprano y me quedo abajo fumando. Microcentro es tan hermoso y a la vez tan deprimente. Cuando salgo de la facultad ya perdí el último subte, Camino hasta la parada y de camino pasa un tipo sin una pierna queriendo venderme medias y un camión recolector me toca bocina. El 24 llega rápido y está vacío. Le miento al conductor y le pido un boleto 25 centavos más baratos. A veces ayudo a ciegas a cruzar la calle para que el karma no recaiga sobre mi por hacer estas cosas. Me doy cuenta que estoy cerca porque veo todas las florerias abiertas a las once de la noche. Me paro, toco el timbre y me bajo. Prendo un cigarrillo. Fumar cuando camino me hace sentir segura, no sé. Camino las cuatro cuadras desde la parada hasta casa. Por corrientes camina un montón de gente. Once de la noche y esta ciudad de mierda sigue activa como a las siete de la mañana. Camino las dos cuadras por adentro para llegar a casa y me da miedo. Aprieto fuerte las llaves en el bolsillo de la cartera. Llego al edificio y el ascensor está en el último piso. Lo llamo y me miro en el espejo. Chequeo de ojeras, Tengo todo el labial esfumado. Subo al ascensor y apreto el quinto. Y nada, no hice nada. Estoy demasiado drogada y empiezo a dar vueltas en la silla. Me saco la pollera, apago el pucho, dejo entreabierta la puerta para que los gatos puedan salir a la noche. Cierro la computadora, me voy a dormir.