lunes

Una vez leí que las ondas de los celulares hacen mal, o dan cáncer o alguna mierda de esas. Por eso en vez de dormir con el celular abajo de la almohada como hacía desde que lo conocí, lo dejaba un poquito más lejos. Pero con sonido. Y me despertaba cada dos horas a ver si había sonado y yo por estar durmiendo no lo había escuchado. A veces ponía la alarma cada dos horas, cada tres, cada media, para ver si me había escrito ebrio a la madrugada. Y cuando no lo hacía lloraba. Lloraba y me desvelaba. Me ponía triste, lo odiaba, escribía un mensaje y pensaba horas si mandarlo o no. A veces lo hacía y otras me enojaba y apagaba el celular. Me agarraba dolor de estómago cuando sonaba el teléfono a las seis de la mañana de un sábado y hablábamos mientras se hacía de día. El se iba a dormir para despertar a los tres días y yo me quedaba tomando café muerta de amor con una canción de mierda sonando de fondo. Siempre había una canción de mierda sonando de fondo. La primera fue un recital de mierda, la última fue el mismo recital hace tres meses porque soy una hija de puta. Y me gusta sufrir. Y a el también.