sábado

Entré acá cuatro años después y me acordé lo feliz que era cuando escribía todas mis miserias.
Tal vez es porque estamos en medio de una pandemia mundial y tengo miedo y angustia y hambre y me aburro. Entonces le pedí a mi marido que me compre té de tilo y me senté a escribir acá.
¿Esto sería como un spinoff? ¿O como esos revivals de las series que terminan siendo una mierda como fueron los nuevos capítulos de Gilmore Girls? Ojalá Amy Sherman Palladino me hubiera guionado un par de capítulos de mi vida todos estos años.

Últimamente, cuando termino de trabajar totalmente agotada y cierro la computadora mientras mi pibe ronca al lado, me pongo a pensar que diría mi yo de 16 de esto que me convertí. Se cagaría de risa en saber que nunca adelgacé lo que esperaba que adelgace y que todos esos deseos de fin de año fueron totalmente en vano y está bien, porque sabría que aprendimos a tolerar las cosas como son y que podemos ponernos ropita linda también y que hay gente que se va a enamorar de nosotras igual.

También se cagaría de risa si se entera de cuales son mis palabras más usadas en lo que va de año, que sacando las laborales cómo esta es una nota falopa, ¿esto está chequeado? o no doy más, son las clásicas ¿ya tomaste tu medicación? ¿te sentís mal? o ¿que estás tomando?. Que ironía, terminé firmando un papel que me une legalmente a uno de esos pibes con los que soñaba en mi adolescencia pero qué distinto que es todo. Qué lindo es madurar y superar mierdas con la gente que querés.

¿Que más le contaría a mi yo de 16? Que a veces extraño el porro y la desidia que nos caracterizó en algún momento pero que tengo una casa muy linda, un perro y un gato que amo. Que trabajo de lo que estudié, aunque haya abandonado ese sueño miles de veces. Que hice mucha terapia y aprendí a que las cosas que siempre me afectaban no me afecten tanto. Que ya no tengo más ataques de pánico ni angustias exorbitantes y que aprendí a tomar vino. Que ya no descargo mis frustraciones en la cocina porque no tengo tiempo o no tengo tantas frustraciones. Que aprendí a elegir a mis amigos y solo juntarme con gente que me haga bien. Que la gente a veces es una mierda y que también está bien que así sea.

Mi yo de los 16 no podría creer, tampoco, que terminé haciendo columnas sobre moda en una radio, que tengo alguien que me ama al lado y me despierta con un café con leche todos los días mientras me dice hola, muñeca. 



Cuando me dispuse a escribir esto, encontré una entrada en este blog guardada en borradores desde 2017. No me acuerdo quien era cuando escribí eso, ni cual era el drama del momento, pero qué lindo volver a escribir.

Marzo. 2017
Son las tres de la tarde. El gato duerme a mis pies y yo estoy tirada al lado tuyo, desnuda, esperando que te fijes en mi. Te traigo café, galletitas, cigarrillos, besos. Nada. Nada es suficiente. Nunca nada es suficiente. Quiero tener el poder, la solución, la capacidad de decir las cosas necesarias para que salgas de esa burbuja de oscuridad. Como no la tengo lloro. Lloro por vos, por mi, por mi dolor de espalda, por las colillas y cenizas en el piso de la habitación. Por el café frío al lado de la cama, por tu angustia, por la mía. Lloro cada vez más fuerte, pataleo, grito, me ahogo. Nada.